EL EXTRAÑO OPTIMISMO DE LAS CONSPIRACIONES
Desconfía y acertarás, reza el refrán popular. La duda y la desconfianza son elementos útiles en nuestro transcurrir por el mundo, y un elemento básico del razonamiento, sin embargo, recientemente hemos podido ver los efectos negativos de la exacerbación desmedida de cierta desconfianza en la información que como sociedad manejamos y cuyo consenso nos ha permitido avanzar en lo que se considera el progreso más asombroso en la historia del homo sapiens. ¿Como hemos pasado de exaltar las virtudes de la inoculación como remedio casi milagroso para erradicar los horrores de la poliomielitis a asignarle maquinaciones de control a una mascarilla N95 en tiempos de una enfermedad respiratoria convertida en pandemia?
Se camina por una linea delgada. La conspiración, definida como un entendimiento secreto entre un grupo de personas para alcanzar algún fin es y será una realidad en las interacciones humanas, desde el asesinato de Julio Cesar en el año 44 a.c. hasta el proceder de los cárteles del petróleo o los diamantes, este tipo de conducta ciertamente ha sido una realidad contundente y una herramienta más en la búsqueda del poderse infiltran sin embargo, dentro de este pensamiento, y a menudo confundiendo al analista neófito, las llamadas teorías conspirativas, que en un salto de lógica buscan aplicar este modelo a cada vez mayores y más complejos sucesos humanos. Las teorías conspirativas se refieren a la postulación de teorías alternativas a las versiones oficiales de un acontecimiento de importancia social, económica o religiosa, por medio de la acción secreta de grupos de poder, con fines de larga duración. Irónicamente, mientras más inverosímil y extendido sea el alcance de dicha teoría, más difícil resulta su negación por medios de la lógica. Aquí una coyuntura delicada. Si antaño la versión oficial tenía un aire de legitimidad en las últimas décadas los rumores que la menoscaban, antes marginales y reducidos a grupos extremos han invadido lentamente la narrativa popular.
Un clima de desconfianza y sospecha de las estructuras oficiales en occidente, sin duda exacerbadas por la crisis del 2008, el Brexit y culminando con la elección de Donald Trump en EUA, donde célebremente los expertos encuestadores fallaron en toda predicción, se haya normalizado entre la población una desconfianza hacia los expertos. Se ha llegado a un punto irónico donde la superpotencia mundial, otrora garante de la proverbial versión oficial, es encabezada por un personaje que desacredita todo dato sólido, todo análisis científico y estudiado de los hechos. Si en el mundo de la conspiración el lema es dudar de los poderosos, ¿que hacer cuando el hombre más poderoso del mundo arroja todo tipo de teorías conspirativas al público? ¿será el acto de rebeldía más grande apegarse a las versiones « mainstream » de los sucesos? No sería la conclusión lógica, acaso, dudar del que duda?
Entra en escena en este clima inverosímil, el Covid 19. Una enfermedad infecciosa pero de baja mortalidad que pone en jaque al mundo entero y por otro lado enciende las brasas ya calientes de la desconfianza en las « versiones oficiales » y las teorías de conspiración por tocar, inevitablemente, la libertad de movimiento e interacción entre las personas. Todos tienen su particular sabor del engaño que está siendo urdido. Son los chinos que quieren colapsar al sistema económico occidental, son los americanos que quieren colapsar al partido comunista chino, son los gobiernos que necesitan someter a sus poblaciones para ejercer un mayor control sobre sus movimientos, es una treta para que aceptemos sin reproche la inyección de una vacuna que acarreará consigo fantástica tecnología de rastreo o incluso control mental. Es un virus creado por maquiavélicos operadores políticos con la intención de diezmar a la población para facilitar la instauración de un nuevo orden mundial, son los gobernantes que quieren arrebatarnos nuestras libertades y se han encontrado con una carencia de nuevos recursos para hacerlo, o para los gustos más exóticos, un plan alienígena del cual aún no se revelan las funestas intenciones.
Si es indudable hecho histórico que las conspiraciones han ocurrido a través de la historia, es también una regla de las mismas que su alcance y eficacia es limitado por el número de elementos que deben participar en ellas. ¿Cuanta gente debería haber participado en el encubrimiento del asesinato de John F. Kennedy?, por ejemplo, ¿cuánta gente se necesitaría como involucrada en la célebre teoría del «falso » ataque a las torres gemelas en Nueva York? y llevado al extremo, ¿cuánta gente debería estar involucrada para, por ejemplo, ocultar la inexistencia de un virus cuyos estragos se sienten globalmente?
Tomemos por ejemplo la reacción del mundo medico y de la epidemiología al problema del actual coronavirus, y el cada vez más extendido movimiento negacionista. Si bien es cierto que en la historia de la ciencia han habido cientos de errores, algunos de ellos extremadamente costosos en vidas humanas, también es cierto que el progreso de la humanidad en los últimos siglos, se ha debido en gran parte a esta disciplina del razonamiento. Donde la ciencia duda para comprobar, la conspiración busca meramente la confirmación de la duda. Donde una se abre a todo reto de su veracidad, la otra tilda de co-conspirador a quien la niega.
En el caso de la epidemiología, las respuestas rara vez son contundentes, sino más bien, un gradual prueba y error que va revelando más información en su recorrido, comprobado únicamente por los resultados tangibles y cuantificables que lentamente van graficando sus avances sobre nuestro conocimiento. Este mecanismo genera un problema de comunicación en una sociedad que busca la respuesta inmediata. Víctimas del mismo sistema que critican, las teorías conspirativas buscan soluciones perfectas y sencillas a problemas confusos y llenos de aristas.
Varios psicólogos han postulado que existe algo de tranquilizador en creer que todo mal que aqueja a la sociedad, esta siendo controlado, aunque sea en nuestro perjuicio, por alguien. El mensaje final resulta sencillo y fácil de entender; alguien está en control. No seremos nosotros, pero alguien, aunque sea un platillo volador en la cara oculta de la luna, está en perfecto control sobre todo lo que acontece. Tocando un miedo ancestral en nuestros cerebros, el miedo al caos y a la arbitrariedad del universo, el desdén de la biología y la física por los sentimientos y la moralidad humana, nos orilla a arroparnos en cualquier alternativa a este sin sentido. Tan terrorifico como pensar en un universo que se expande hacia el infinito, con inconcebibles distancias de frio espacio, es pensar que un microscópico virus, puede, sin mayor planeación, acabar con nuestros sueños, ilusiones y seres amados. Resulta entonces menos atemorizante pensar que Bill Gates, cuyo rostro nos es familiar, cuya existencia está identificada y quien podemos imaginar detrás de un escritorio dirigiendo ejércitos de médicos y politicos, está detrás del caos que vemos anuestro alrededor.
El camino de la búsqueda de la verdad está plagado de trampas. Las respuestas sencillas no tienen que ser positivas para ser confortantes y las teorías conspirativas están envueltas de un retorcido optimismo de que alguien o algo tiene el control absoluto. Quizá hoy no podemos alcanzarlo, pero está ahí, controlándolo todo, lo cual significa que todo es controlable. Mas que revelar un gran titiritero detrás del telón, nos muestran lo incomodo que es como seres conscientes considerar que quizá nada está bajo control y que el universo es mucho más arbitrario en su proceder de lo que estamos dispuestos a aceptar. Mientras tanto, solo podemos operar en lo que sí podemos controlar, como ponernos una mascarilla ante la amenaza de una enfermedad que se contagia por vías respiratorias.
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